sábado, 7 de febrero de 2009

La Revolución del 29 de mayo

De un certero disparo mataron al soldado que custodiaba Palacio de Gobierno. Luego irrumpieron pistola en mano y a empujones sacaron al presidente hasta la Plaza Mayor. Era las 2 de la tarde y la gente descansaba tras el almuerzo sabatino.

Amadeo e Isaías de Piérola decidieron ese 29 de mayo de 1909 que no podían tolerar más a Augusto Bernardino Leguía como presidente. Por eso, armaron su propia revolución para sacarlo del Gobierno. Al jefe de Estado, ahora rehén, se sumó voluntariamente el ministro de Justicia y Culto, Manuel Vicente Villarán. Un fornido moreno acompañaba a los revolucionarios que, escopeta en mano, estaba listo para asestar un disparo a Leguía apenas los Piérola lo ordenaran.

¡Hacia Mercaderes!, gritó Amadeo antes de empujar a Leguía, quien se mantenía sereno. Luego llegaron a Espaderos, La Merced, después a Baquíjano… ¿A dónde llevaban al presidente? Leguía tenía su mansión en la calle Divorciadas. Los Piérola pensaron en trasladarlo hasta allí y obligarlo a firmar su renuncia.

Un silencio sepulcral reinaba en la ciudad. Nadie apoyaba la revolución. La gente se escondía en sus casas. Los Piérola no sabían qué hacer con Leguía. ¿Matarlo? ¿A dónde llevarlo?

Al grupo se sumó un decidido reportero. Era Enrique Moral de la revista Variedades de la calle Mercaderes, quien cámara en mano fotografiaba las dramáticas escenas. Los Piérola,habían decidido dirigirse finalmente a la plazuela de la Inquisición. Allí el valiente reportero instaló su trípode.

Variedades había sido fundada un año antes por el hermano de Enrique, Manuel Moral y Vega, fotógrafo portugués, quien encargó la dirección del medio a Clemente Palma, hijo del célebre tradicionalista peruano, retirado ya en el pueblo de Miraflores.

Dos horas estuvieron los Piérola exigiendo a Leguía que firmara su renuncia al pie del monumento al Libertador Simón Bolívar. El presidente se negaba y parecía no temer miedo al fornido zambo de los Piérola, ávido de desplomarle un balazo en la sien.

El “no firmo” haría más popular a Leguía, quien al caer la tarde veía cómo un subteniente y 19 soldados de caballería irrumpían en la Plazuela disparando a matar. Rescatado Leguía, regresó en olor de multitud a Palacio, pero la revuelta había dejado al menos 15 muertos en las calles de Lima, la fuga de los Piérola y el cadáver de Moral muy cerca del museo de la Inquisición.

El reportero de Variedades había muerto de un disparo en el pecho mientras cubría el rescate del presidente en medio del fuego indiscriminado de los soldados. Sus fotos quedarían para la posteridad al final de tan trágica jornada. Ese 29 de mayo de 1909 el Perú tuvo su primer mártir del fotoperiodismo.

El gobierno de Leguía desencadenó entonces una violenta represión contra sus opositores. Muchos de ellos huyeron, otros fueron apresados y purgaron prisión.

Incluso el “Califa”, Nicolás de Piérola, de quien cuentan los historiadores, no estuvo comprometido en los hechos de violencia cometidos ese día por su hermano y sobrino, pasó a la clandestinidad. Cuentan que estuvo oculto en una casa de la calle de Plateros de San Pedro y que el Gobierno sabía de su paradero, pero por estrategia política (Piérola era muy popular) prefirió no detenerlo y dejarlo escondido.

El respiro para los implicados en la revuelta del 29 de mayo no llegaría hasta setiembre de 1911 cuando el Senado aprobó el tan esperado Proyecto de Amnistía. Entonces la venerable figura de don Nicolás retornó al templo de San Pedro a escuchar la misa de doce, para luego ser llevado por el pueblo en hombros a su casa de la calle El Milagro. Pero esa ya es otra historia…

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